lunes, 30 de noviembre de 2015

AGUSTIN JEAN FRESNEL





         Fresnel estaba destinado a completar la obra de Young sobre la teoría ondulatoria de la luz, siendo a diferencia de aquel todo lo contrario a un niño prodigio, pues contaba ya con ocho años cuando empezó a leer, sin embargo con el paso de los años su inteligencia se hizo brillante. Se graduó de ingeniero civil, trabajando la mayor parte de su vida profesional para el Estado. En 1814 tuvo una pequeña interrupción en su trabajo, cuando se opuso a la vuelta de Napoleón del exilio de Elba. Pero el retorno de Napoleón duró solamente cien días y terminó en Waterloo, reintegrándose entonces Fresnel a su trabajo.
         Hacia 1814 Fresnel se interesó en el problema de la luz y de un modo independiente realizó algunos experimentos que Young había realizado una década antes. Arago leyó los informes de Fresnel y se convirtió a la teoría ondulatoria, llamando la atención de Fresnel hacia los trabajos que Young había realizado, que teniendo muchas cosas semejantes, permitió que la obra de Fresnel se acelerase y empezase a construir una base matemática completa para la teoría ondulatoria.
         Hacia siglo y medio que Huygens había compuesto parte de tal base matemática, pero Fresnel la sobrepasó. Huygens y todos los científicos de su tiempo que eran partidarios de la teoría ondulatoria, estaban convencidos de que si las ondas luminosas existían debían ser longitudinales, con oscilaciones que tenían lugar a lo largo de la línea de propagación, como las sonoras. Finalmente Young sugirió que las ondas luminosas podían ser transversales, con oscilaciones en ángulo recto a la línea de propagación, como en las ondas acuosas. Fresnel adoptó inmediatamente el punto de vista de las ondas transversales, de Young, y construyó la base teórica para ello.
         La victoria más grande de la teoría de las ondas transversales fue la explicación de la doble refracción a través del espato de Islandia, descubierto por Bartholin. Ni la teoría corpuscular ni la de las ondas longitudinales podían explicarlo. Sin embargo, sí podía hacerlo la teoría de las ondas transversales, y Fresnel demostró que la luz podía refractarse a través de dos ángulos diferentes, porque un rayo consistía en ondas oscilando en un plano dado, mientras que el otro rayo consistía en ondas que oscilaban en un plano perpendicular al primero. Por tanto, era de esperar que los dos rayos tuvieran propiedades diferentes bajo ciertas condiciones y que se refractasen de un modo diferente en ciertos sólidos.
         Según el punto de vista de Fresnel, la luz ordinaria consistía en ondas oscilando igualmente en todos los planos posibles, formando ángulos rectos con la línea de propagación, mientras que la luz con oscilaciones distribuidas desigualmente a través de los planos, era luz polarizada. Termino introducido por Malus. Cuando las oscilaciones se restringían a un plano único, como en el caso de los rayos de luz que pasan por el espato de Islandia, se decía que la luz era plano-polarizada.
         Fresnel utilizó su nuevo punto de vista acerca de la luz, diseñando lentes para faros, que eran mucho más eficientes que los espejos que reemplazaban. Por otra parte, una comprensión de la luz polarizada, llegó a tener una importante aplicación en la química orgánica, para los trabajos de Pasteur, una generación más tarde.
         Arago, después de un periodo de colaboración con Fresnel, se separo de él cuando este adoptó la teoría de las ondas transversales. Más tarde volvió al redil, aceptando la teoría, pero ya Fresnel había publicado su trabajo, en solitario, y como es natural, todos los honores fueron para él.
         Si la luz consistía en ondas, algo debía estar produciéndolas. Los teóricos ondulatorios primitivos sostenían que el espacio y todas las sustancias transparentes estaban rellenas de éter. La luz consistía de ondas que se movían en ese éter, el cual transportaba la luz aún a través de un vacío aparente, y que podría llamarse éter luminoso. (La palabra éter proviene del nombre dado por Aristóteles al quinto elemento, que él consideraba que formaba el firmamento.)
         Si las ondas luminosas eran longitudinales, se podría considerar el éter como una sustancia finísima, parecida al gas, inapreciable a los instrumentos comunes, cosa que no habría dificultad en aceptar, al igual que no hubo mucha tampoco cuando se aceptó la teoría de los átomos inapreciables de Dalton. Sin embargo, las ondas transversales podían transmitirse solamente por los sólidos, y si las ondas luminosas eran transversales, el éter tendría que considerarse como un sólido muy rígido. Dada la velocidad de las ondas. En ese caso ¿Cómo era posible que los planetas se pudieran mover a través del éter sin ninguna interferencia apreciable? Hombres como Brewster rehusaron aceptar la teoría ondulatoria si ello implicaba aceptar la teoría del éter, cosa que fue posible por los trabajos de Cauchy.
         En general, la obra de Fresnel fue aceptada por los físicos y Malloni la amplió más allá del espectro visible.


lunes, 23 de noviembre de 2015

JAMES CHADWICK

Nobel Física-1935





         Chadwick estudió en la Universidad de Manchester y después de graduarse en 1911 trabajó con Rutherford, que era profesor allí en aquella época. En 1913 recibió la misma beca que había llevado a Rutherford desde Nueva Zelanda a Inglaterra dieciocho años antes. A Chadwick le permitió ir a Alemania, donde pretendía trabajar con Geiger. Desgraciadamente estalló la Primera Guerra Mundial y Chadwick se encontró siendo un enemigo, prisionero de los alemanes para toda la duración de la guerra.
         En 1919 volvió a Inglaterra, realizando trabajos de investigación en Cambridge. Volvió a trabajar con Rutherford bombardeando diversos elementos con partículas alfa. En 1920 usó los datos obtenidos de dichos experimentos para calcular la carga positiva de los núcleos de algunos átomos. Sus resultados coincidieron perfectamente con la teoría de los números atómicos desarrollada por Moseley.
         Durante los años veinte se conocían dos partículas subatómicas: el electrón, descubierto por Thomson, y el protón, descubierto por Rutherford. Los protones estaban todos situados en el núcleo, pero si éste contuviera suficientes protones para formar su masa tendría una carga positiva muy superior a la observada. Es decir, el núcleo de helio tiene una masa equivalente a cuatro protones, pero su carga equivale solo a dos de ellos. Por lo tanto se pensaba que el núcleo debería contener algunos electrones que neutralizaran parte de la carga de los protones. Estos electrones no afectarían mucho en cuanto a la masa del átomo, puesto que los electrones eran partículas enormemente ligeras. Incluso se pensó que los electrones podrían actuar de <cemento> de unión  para los protones, puesto que sin los electrones los protones se repelerían a causa de su carga del mismo signo, apartándose unos de otros y no consiguiendo un núcleo estable. De acuerdo con este punto de vista, el núcleo de helio debería contener cuatro protones y dos electrones para alcanzar una masa de 4 y una carga neta positiva de 2.
         Existían razones teóricas, sin embargo, que discrepaban con la teoría del núcleo formado por protones y electrones y también existían otras que hacían sospechar la existencia de una partícula sin carga. Durante los años veinte Rutherford y Chadwick hicieron varios intentos para intentar localizar una partícula de este tipo, pero no lo consiguieron. La dificultad estribaba en que la partícula que buscaban, al no poseer carga, no ionizaba las moléculas del aire y era esta ionización la que permitía, en las cámaras de niebla, la detección de partículas subatómicas con mayor facilidad.
         Sin embargo, entre 1930 y 1932 algunos científicos, incluyendo a Bothe y a los Joliot-Curie, notaron que cuando se exponían al bombardeo de partículas alfa algunos elementos ligeros, como el berilio, se producía un cierto tipo de radiación, cuya presencia se manifestaba por la expulsión de protones en la parafina. Desgraciadamente no se dio la interpretación adecuada a este fenómeno.
         En 1932 fue Chadwick el que repitió estos experimentos y demostró que la mejor manera de explicar los efectos producidos era suponer que las partículas alfa provocaban la expulsión de partículas neutras del núcleo del átomo de berilio y que dichas partículas neutras (cada una de las cuales tenía la misma masa que un protón) producían a su vez la expulsión de protones de la parafina. Así fue como se descubrió la partícula neutra (el neutrón).
         El neutrón resultó ser con mucho la partícula más útil para iniciar las reacciones nucleares y Chadwick recibió, como consecuencia de su descubrimiento, el premio Nobel de física en 1935. Por aquel tiempo todavía se tenía que descubrir que entre las reacciones iniciadas por los neutrones estaba la de la fisión del uranio. Esto lo demostraron Hahn y Meitner tres años más tarde.
         Con el descubrimiento del neutrón se llego a la conclusión de que los núcleos atómicos no tenían por qué contener electrones, sino que, como pronto sugirió Heisengerg, estaban compuestos por protones y neutrones. Por tanto, el núcleo de helio contenía dos protones y dos neutrones con una masa total de 4 y una carga total positiva de 2. Los diferentes isótopos de un cierto elemento contenían todos el mismo número de protones (y, por tanto, el mismo número de electrones en la periferia –de modo que las propiedades químicas dependían de este número de electrones y de su colocación-), pero poseían diferente número de neutrones. Por tanto, por ejemplo, de las dos variedades de átomos de cloro, uno contenía 17 protones y 18 neutrones, con una masa total de 35, mientras que el otro contenía 17 protones y 20 neutrones, con una masa total de 37. Los dos isótopos se distinguían nombrándolos por cloro-35 y cloro-37. Por fin, finalmente, la teoría isotópica de Soddy y Aston, propuesta dos décadas antes, se apoyó sobre una basa racional.
         La idea de que el núcleo estaba formado por protones y neutrones cubría todas las necesidades teóricas salvo una: ¿qué era lo que mantenía juntos a todos los protones positivamente cargados dentro del diminuto núcleo? Para explicar esto fue necesario esperar solo unos pocos años hasta que Yukawa realizara sus cálculos.
         En 1935 Chadwick fue nombrado profesor de física en la Universidad de Liverpool. Permaneció fuera de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, afortunadamente, y fue elegido director del proyecto para la construcción de la bomba atómica de Gran Bretaña, pasando algún tiempo en los Estados Unidos. Fue condecorado en 1945.


lunes, 16 de noviembre de 2015

PAUL SABATIER

Nobel Química-1912


 


         Sabatier obtuvo su título de doctor en 1880 en el Collège de France, donde fue ayudante de Berthelot. En 1882 fue a la Universidad de Toulouse, en donde ganó un puesto de profesor en 1884, en donde permaneció el resto de su larga vida. Al principio enseñó física y se interesó en química-física, inclinándose posteriormente hacia la química orgánica, en la que iba a adquirir fama a causa del fracaso de un experimento que realizó en 1897.
         El níquel forma uno de sus escasos compuestos volátiles (compuestos que se transforman en vapor a temperaturas bastante bajas) al combinarse con el monóxido de carbono para formar carbonilo de níquel. Era éste un compuesto interesante y Sabatier con un ayudante se metieron en la química orgánica para comprobar si no se formaría otro compuesto volátil de níquel por adición de hidrocarburo de etilénico, que tiene un enlace doble como el monóxido de carbono y quizá se comportase de la misma manera. Pero el experimento falló. Cuando se calentó el níquel con el etileno no se formó ningún compuesto volátil.
         Pero Sabatier y su ayudante guardaron los gases que se habían formado para analizarlos posteriormente, y se encontraron con etano. La molécula de etano era como la del etileno más hidrógeno en los enlaces dobles. Aparentemente, el níquel había actuado de catalizador, haciendo que se incorporase el hidrógeno al etileno para formar el etano.
         Sabatier se dedicó a la química orgánica y pasó el resto de su vida profesional con estudios de hidrogenaciones catalíticas. Su trabajo fue muy fructífero. Hasta entonces se utilizaba para la adición de hidrógeno catalizadores de paladio o platino, que eran metales muy escasos, y por consiguiente muy caros. Si se podía utilizar el níquel, que era mucho más barato, en su lugar, la hidrogenación ya no estaría reducida a los laboratorios, sino que podría hacerse en grandes cantidades industriales con procesos mucho más simples y económicos. Con la catálisis del níquel se hizo posible el obtener grasas comestibles, como la margarina y mantequillas a partir de plantas no comestibles, y aceites como el de la semilla del algodón, en cantidades y precios no igualados hasta entonces.
         Por este descubrimiento haber ido a la Sorbona de París en 1907, para suceder a Moissan, pero prefirió quedarse en el sur de Francia.
         Pese a todo, recompensaron a Sabatier con el premio Nobel de química de 1912, compartiéndolo con Grignard, por sus trabajos y labor sobre la catálisis.


lunes, 9 de noviembre de 2015

ERWIN SCHRÖDINGER

Nobel Física-1933




         Schrödinger estudió en la Universidad de Viena anteriormente al comienzo de la Primera Guerra Mundial, durante la cual fue oficial de artillería en el frente del sudoeste. Más afortunado que Moseley, sobrevivió a esta guerra.
         Después de la guerra, Schrödinger de marchó a Alemania y ya en 1921 ocupaba un puesto de profesor en la Universidad de Stuttgar. Tan pronto como Schrödinger tuvo noticia de las ondas de materia postuladas por De Broglie y del concepto de electrón como poseedor de propiedades ondulatorias, se le ocurrió que el modelo atómico de Bohr podía modificarse de modo que pudieran incluirse dichas ondas. Una vez hecho esto se podría perfeccionar el modelo atómico de Bohr.
         En el átomo de Schrödinger el electrón puede estar situado en cualquier órbita alrededor de la cual sus ondas de materia pueden proyectarse en un número exacto de longitudes de onda. Este fenómeno producía una onda estacionaria y, por tanto, al ser acelerado, no emitía energía. Por tanto, mientras el elctrón permanecía en su órbita, no precisaba de energía ni la emitía de ese modo no violaba las condiciones de las ecuaciones de Maxwell.
         Más aún, cualquier órbita situada entre dos órbitas posibles, donde se requiera un número fraccionado de longitud de onda, no es posible.
         Esto nos lleva a la conclusión de órbitas separadas, sin nada entre ellas, como consecuencia de las propiedades del electrón y no como mera deducción arbitraria de las líneas espectrales.
         Schrödinger, junto con otros científicos como Dirac y Born, desarrolló la base matemática relacionada con el concepto anterior. Las consecuencias que surgieron (algunas veces referentes a la mecánica ondulatoria y otras a la mecánica cuántica) colocaron a la teoría cuántica de Planck sobre una base matemática firme un cuarto de siglo después de su promulgación. El punto clave del desarrollo matemático es la Ecuación de Onda de Schrödinger.
         Su trabajo se publicó en 1926, demostrándose posteriormente que la mecánica matricial de Heisenberg, avanzada en 1925, era equivalente a la mecánica ondulatoria de Schrödinger, de modo que lo que se ponía de manifiesto en una se ponía también en la otra. Psicológicamente, la mecánica ondulatoria era más atractiva porque ofrecía a la mente una visión del átomo, a pesar de lo poco tangible que dicho esquema pudiera ser.
         En 1933 Schrödinger fue recompensado con el premio Nobel de física por su trabajo sobre mecánica ondulatoria, compartiéndolo con Dirac.


Enlace a la conferencia del Nobel

         En 1928 Schrödinger había sucedido a Max Planck como profesor de física teórica en la Universidad de Berlín, pero en el mismo año en el que recibió el premio Nobel, Hitler subió al poder. Schrödinger no podía permanecer en Alemania  y se marchó a su país natal, Austria. Cuando este fue absorbido por la Alemania nazi en 1938, Schrödinger se marchó a Inglaterra y en 1940 fue nombrado profesor de la School for Advanced Studies en Dublín. Allí le siguió Dirac, su compañero de fatigas en los dominios de la mecánica ondulatoria. En 1956 Schrödinger volvió a Viena, donde vivió durante el resto de su vida.


lunes, 2 de noviembre de 2015

ANTOINE LAURENT LAVOISIER





         Lavoisier nació en una familia acomodada que lo quiso y mimó extraordinariamente y que le proporcionó una educación excelente. Esta suerte fue bien aprovechada porque el joven Lavoisier demostró ser un buen estudiante. Su padre, que era abogado, confiaba que su hijo le siguiera en su profesión, pero el joven Lavoisier, que asistió a las conferencias de astronomía de Lacaille, acabó interesándose por la ciencia. Después de algunos escarceos con la geología se pasó a la química, siendo esta la tarea de su vida.
         Desde el comienzo de sus investigaciones químicas se dio cuenta de la importancia que tenía la precisión en las medidas. Su primer trabajo importante, en 1764, trató de una investigación acerca de la composición del mineral de yeso, al cual calentó para sacarle su contenido en agua, midiendo a continuación con precisión el agua obtenida. Hubo químicos anteriores a Lavoisier, principalmente Black y Cavendish, que se habían dedicado también a realizar mediciones con mayor o menor exactitud, pero fue Lavoisier quien penetró más en ello y quien debido a sus éxitos proporcionó esta idea a los químicos en general. Hizo por la química lo que Galileo había hecho por la física dos siglos antes y el resultado en química fue igualmente rotundo. Es por esto, en parte, por lo que se acredita a Lavoisier como el padre de la química moderna.
         Lavoisier fue un ciudadano de gran espíritu público, que participó en muchos consejos y comisiones creadas para mejorar la suerte y condiciones de vida de la población. En 1760 trabajó en métodos para mejorar la iluminación en los pueblos, causando sensación con la publicación de un ensayo sobre esta materia, cuando contaba con veinte años de edad. En 1770 ideó nuevos métodos para preparar salmuera, sustancia necesaria, en aquella época, para la fabricación de pólvora. Estos nuevos métodos hicieron innecesario, para los funcionarios oficiales, el saqueo de bodegas y graneros para encontrar cristales de dicha sustancia, pues constituía una invasión de domicilios llevada a cabo brutalmente y que provocó muchos resentimientos. En 1780 trabajó para la modernización de la agricultura y sus investigaciones le llevaron a la puesta en funcionamiento de una granja modelo.
         Todo este espíritu ciudadano no hubo de ayudarle a la postre, por dos equivocaciones. En primer lugar, invirtió medio millón de francos en la Ferme Générale a fin de ganar algún dinero para sus investigaciones. Esta Ferme Générale era una sociedad privada comprometida por el Gobierno francés a un precio fijo para recolectar impuestos. Cualquier dinero que sacaban por encima de la cuota acordada quedaba de ganancia para la sociedad. Estos <granjeros de hacienda> sacaban hasta el último real y no había grupo más odiado en la Francia del siglo XVIII que dichos granjeros, recaudadores. Lavoisier mismo estuvo en realidad ajeno a la recaudación directa de impuestos, por supuesto, y se dedicó a ser un mero administrador. No utilizó el dinero que ganó con fines egoístas, sino que lo utilizó para la investigación química, creando un magnífico laboratorio privado.
         Sin embargo, a todos los efectos, fue un <granjero de hacienda> y ganó cien mil francos en un año, y lo que es más, en 1771 se casó con la hija de un jefe importante de la sociedad, la cual era joven (solo tenía catorce años), guapa e inteligente, que se metió a fondo en el trabajo de su esposo, tomándole notas, traduciendo del ingles, ilustrando sus libros y otros trabajos. En general fue un espléndido matrimonio de amor, aunque ella no dejó nunca de ser la hija de un importante recaudador de impuestos.
         El segundo error de Lavoisier tuvo que ver con la Academia de Ciencias Francesa a cuya honorable asociación perteneció como miembro desde 1768, cuando solo contaba veinticinco años. En 1780, un tal Jean Paul Marat, periodista que se las daba de científico, pidió su ingreso en la Academia y Lavoisier hizo lo posible para que no entrara, por la buena razón de que los trabajos que ofrecía a la Academia para su ingreso (conteniendo nociones tontas y caseras sobre la naturaleza del fuego) no tenían valor alguno. Marat, sin embargo, no lo olvidó nunca y tampoco de consumar su venganza hacia Lavoisier cuando le fue posible.
         Lavoisier, en sus primeros momentos, estuvo muy ocupado tratando de desterrar uno por uno los principios anticuados de la química que estructuraban la mente de los químicos del dieciocho.
         Había, todavía, algunos que mantenían las antiguas nociones de los elementos griegos y creían en la transmutación por el hecho de que el agua se podía transformar en tierra después de hervirla largo rato. Esto aparentaba ser así porque el agua que se calentaba durante muchos días, terminaba evaporándose por completo, dejaba un residuo sólido.
         Lavoisier decidió en 1768 poner a prueba esta cuestión e hirvió agua durante ciento un días en un artilugio que condensaba el agua evaporada, a modo de circuito cerrado, devolviéndola al matraz de ebullición de manera que no se perdiera agua en el proceso, empleando además, como es natural, un método de mediciones cuidadosas y rigurosas. Pesó, pues, el agua y el recipiente antes y después del experimento.
         Los residuos aparecieron, pero el agua no variaba de peso mientras hervía. Por tanto, el residuo no podía haber sido formado a partir del agua. Sin embargo, el matraz si había perdido un peso igual al aparecido en forma de residuos. En otras palabras, el sedimento no era agua transformada en tierra sino que provenía del ataque lento del agua sobre el cristal que se precipitaba en fragmentos sólidos. Esto constituyó un claro y definitivo ejemplo de la utilidad de las mediciones y de que un buen y sistemático uso de ellas llevaba a resultados definitivos.
         El interés de Lavoisier en el alumbrado de las calles le introdujo de lleno en el problema de la combustión. La teoría del flogisto de Stahl ya tenía un siglo de existencia y había muchas cosas que no conseguía explicar. La confusión que originó entre los químicos se esclareció con el trabajo de Lavoisier y solo después pudo avanzar de verdad la química (segunda razón por la que se le puede llamar el padre de la química moderna).
         Lavoisier empezó por calentar sustancias al aire en 1772. Una vez compró con otros químicos un diamante que colocó en un recipiente cerrado y enfocó en él los rayos del Sol que concentraba con una lupa, y el diamante desapareció. Sin embargo, el recipiente se llenó de anhídrido carbónico, lo que prueba que en gran parte, o en su totalidad, el diamante estaba compuesto de carbón. Lavoisier también notó especialmente que el diamante no ardía en la ausencia de aire.
         Continuó quemando fósforo y azufre y comprobó que los productos obtenidos pesaban más que el original, por lo que pensó que se había adicionado alguna sustancia a partir del aire. (No creía que el flogisto pudiera tener un peso negativo.)
         Para probar esto, calentó estaño y plomo en atmósfera limitada de aire y sobre ambos metales apareció una capa de óxido que se comprobó que pesaba más que el metal de la que provenía. Lavoisier vio que el metal, su óxido, el aire y todo el conjunto, no habían variado de peso al calentarlos. Esto quería decir que si el óxido había ganado de peso por un lado, el mismo peso se tenía que haber perdido por otro sitio, posiblemente el aire. Si en realidad era el aire, tenía que aparecer un vacío parcial en el recipiente. Estando seguro de ello, Lavoisier abrió el recipiente y el aire se precipitó a entrar siendo entonces cuando ganó peso el conjunto.
         Lavoisier pudo demostrar que el óxido era una combinación del metal con el aire y por tanto que la oxidación (y la combustión) no acarreaban una pérdida de flogisto, sino una ganancia de al menos una porción de aire.
         Cuando esta teoría se abrió paso finalmente entre los químicos, se derrumbó la teoría del flogisto y se estableció la química sobre los fundamentos en que hoy descansa. Además la demostración de Lavoisier de que la materia ni se crea ni se destruye sino que cambia de un estado a otro en el transcurso de los procesos químicos a que se somete, es la ley de la conservación de la materia, que representa un baluarte en la química del siglo XIX (y una tercera razón por la que se le proclama padre de la química moderna), Einstein amplió y afinó este concepto.
         En 1774, Priestley estaba en París y visitó a Lavoisier, con quien discutió los experimentos que hizo con el <aire desflogisticado>. Lavoisier repitió los experimentos y se dio cuenta al momento de la tontería que suponía la noción de aire sin flogisto. A cambio, le demostró la existencia del aire que se combinaba con los metales para formar óxidos. La única razón por la que los objetos ardían tan rápidamente en ese gas era la que en el aire, dicho gas estaba diluido entre otros gases, en los que no ardían las sustancias.
         Lavoisier fue el primero que expuso claramente lo que otros grandes químicos de la época (en especial Scheele) habían sospechado, el aire estaba compuesto por dos gases, uno de los cuales hacía posible y mantenía la combustión y el otro no. Llamó oxígeno al primero (de los vocablos griegos que quieren decir <origina ácidos> porque creyó, equivocándose por primera vez, que todos los ácidos lo contenían). Al segundo lo llamó azoe (del griego que significa <sin vida>), pero en 1790 Chaptal lo rebautizó nitrógeno, que es el nombre que ha perdurado hasta hoy en día.
         En algunos aspectos, el carácter de Lavoisier se mostró desdeñoso hacia ciertos colaboradores, por ejemplo, no quiso mencionar la ayuda que para descubrir el oxígeno, había recibido de Priestley y apuntarse él toda la gloria. A decir verdad, la ayuda de Priestley no fue muy grande y Lavoisier además interpretó el verdadero significado de la labor de Priestley que el mismo no vio y por tanto se le deben dar todos los parabienes a Lavoisier, cosa que no quita que el mismo se autoasignara el descubrimiento íntegro del oxígeno. Sin embargo, y tal vez por ello obró así, este descubrimiento fue el pedacito de fama que más codiciaba, pues quiso siempre descubrir un nuevo elemento. Hizo por la química más que nadie hiciera hasta entonces, y casi después también, pero no llegó a descubrir un solo elemento.
         Lavoisier llegó también a estudiar el comportamiento de los animales en una atmósfera de aire, de oxígeno y de nitrógeno. Pudo medir la cantidad de calor que desprendían, comparando la vida en ese aspecto con la combustión.
         En 1783, Cavendish demostró que el agua se podía producir quemando un gas inflamable en el aire. Lavoisier inmediatamente repitió el experimento de un modo más moderno y bautizó al gas inflamable con el nombre de hidrógeno (del griego que significa <da origen a agua>). Esto encajó bien con su nueva visión de la química y pudo observar que cuando los animales descomponían el alimento (compuesto en su mayoría de carbono de hidrógeno), lo hacían añadiendo el oxígeno que respiraban y formando anhídrido carbónico y agua, que aparecían en el aire respirado.
         También en este caso, Lavoisier arguyó que el experimento de quemar el hidrógeno era una primicia suya. De hecho, Lavoisier adquirió tal fama de plagiador que cuando se descubrió que un químico ruso, Lomonosov, había publicado estos experimentos un cuarto de siglo antes que el francés, se empezó a dudar de si Lavoisier habría leído las obras de Lomonosov y la gente no tuvo ningún reparo en mencionarlo. Sin embargo, en este caso, esto es dudoso y se acepta la buena fe de Lavoisier.
         La nueva química comenzó en seguida a avanzar. En Inglaterra, Cavendish y Priestley se negaron a abandonar la teoría del flogisto, pero Black siguió las doctrinas de Lavoisier, así como Bergman en Suecia y Klaproth en Alemania.
         Por esta época, el químico más conocido de Francia, que era Guyton de Morveau, estaba intentando escribir un artículo sobre química para una gran Enciclopedia y estaba pasando muchas dificultades tratando de recopilar los conocimientos de los antiguos, por lo que pidió ayuda a Lavoisier (aun no teniéndole, en principio, en gran estima intelectual). Lavoisier pensó en el problema y se dio cuenta que la dificultad residía en el idioma, nomenclatura. (Guyton de Morveau no había aceptado las teorías de Lavoisier pero después de colaborar con él durante una temporada se convirtió en otro de sus seguidores.)
         Una vez sentadas las bases de la nueva química, Lavoisier empezó a trabajar para conseguirle una nueva nomenclatura. Los alquimistas y químicos anteriores no tenían reglas fijas para nombrar las distintas sustancias químicas y desde luego los alquimistas se apartaron de su camino utilizando nombres caprichosos y oscuros. Como resultado de este confusionismo, ningún químico estaba seguro de lo que le contaba otro por no utilizar iguales denominaciones.
         En colaboración con otros químicos, como Berthollet y Fourcroy, Lavoisier publicó en 1787 la obra Métodos de Nomenclatura Química. En este libro se establecían normas que se utilizaban para nombrar cada compuesto, basadas en los elementos que contenía. La idea fue la de identificar la composición química con el nombre asignado. El sistema era tan claro y lógico que los químicos lo adoptaron al momento y aún constituye la base de la nomenclatura actual (cuarta razón por la que Lavoisier puede ser considerado padre de la química moderna).
         En 1789 Lavoisier publicó un libro de texto llamado Tratado Elemental de Química, en el que reunió su nueva doctrina y que representa el primer texto moderno de química (quinta razón) y que entre otras cosas contiene una lista de todos los elementos conocidos por entonces, es decir, de todas las sustancias que no se habían descompuesto en componentes menores o más básicos o fundamentales.
         En su mayor parte la lista era bastante exacta, y ninguna de las sustancias contenidas en ella no se reconoce hoy que no sea un elemento o por lo menos un óxido del mismo. Sin embargo, Lavoisier catalogó el calor y la luz como elementos. Lavoisier creía que el calor era un fluido imponderable llamado <calórico>. Había desechado el flogisto, un fluido imponderable también, pero en parte por su gran influencia, el calórico permaneció en la mente de los químicos durante medio siglo.
         Hacia el final de su carrera, Lavoisier, con la ayuda de un joven Laplace, trató de medir calores de combustión y analizaron algunos de los detalles de lo que ocurría en los tejidos vivos. Pero en el mismo año que apareció su libro estalló la Revolución y hacia 1792 los antimonárquicos radicales tomaron el control proclamando la República en Francia y dando caza a los <granjeros de hacienda>. Lavoisier fue retirado de su laboratorio y más tarde fue arrestado. Cuando alegó que era un científico y no un recaudador de impuestos (cosa que no era del todo verdad) el oficial que lo arrestó contestó con la famosa frase “La República no necesita científicos”. (La Revolución se dio cuenta pronto de su gran equivocación, como lo comprobaría con Lebranc.)
         El juicio fue una farsa, donde Marat, que ya era un poderoso cabecilla revolucionario, sediento de venganza acusó a Lavoisier de haber participado en complots absurdos y pidió su muerte salvajemente.
         Marat fue asesinado en julio de 1793 pero el mal ya estaba hecho. Lavoisier fue guillotinado junto con su suegro  y otros <granjeros de hacienda> el 8 de Mayo de 1794. Dos meses más tarde, los radicales fueron depuestos, por lo que el caso de Lavoisier fue una de las deplorables  fatalidades de la Revolución.
         Lagrange se lamentaba diciendo “En un solo instante se quedó sin cabeza pero harán falta más de cien años para que aparezca otro igual”. Al cabo de pocos años, los apenados franceses empezaron a inaugurar bustos de su persona, homenajeando a unos de los más ilustres franceses.